El diario de Marie Bashkirtseff comprende dieciséis tomos en su edición íntegra, solo disponible actualmente en francés. Lamentablemente, las escasas ediciones que se han publicado en nuestro país (la última es de 1962) son una versión resumida a partir de la que se publicó después de la muerte de la artista, manuscrito que fue mutilado y censurado por su familia. Ojalá próximamente salga a la luz en castellano una obra más completa y fiel a la original, en la que podamos disfrutar de todos sus pensamientos, no solo sobre su vida personal, sino sobre política, feminismo y literatura. De momento tenemos que conformarnos con el breve extracto de los años sesenta publicado en la Colección Austral, que aún se puede encontrar en algunas librerías de segunda mano.
Diario de mi vida comienza con un prólogo escrito por la propia Marie Bashkirtseff unos meses antes de su muerte, y es que ella nunca dudó de la futura publicación de sus escritos. A modo de introducción, cuenta la historia familiar y resume los primeros años de su diario, porque, según dice ella misma, no son interesantes. Confiesa que quiere ser leída y que por eso es completamente sincera. Si no, el diario no tendría razón de ser.
“(…) Me creo demasiado admirable para censurarme. Podéis estar seguros, caritativos lectores, de que me muestro en estas páginas toda entera.”
Esta declaración puede parecer arrogante, pero creo que una mujer de 26 años con tuberculosis, que sabe que va a morir en cuestión de meses y que es consciente de su propio declive físico puede permitirse dejar la humildad a un lado. Ella se consideraba a sí misma como una persona extraordinaria, y realmente lo era, ya que tenía unas dotes artísticas fuera de lo común y consiguió destacar en todas las disciplinas a las que se acercó: pintura, escultura, escritura y música.
¿Qué es lo que la hacía tan excepcional? Aparte de su capacidad artística, a lo largo de su diario encontramos reflexiones políticas y feministas poco comunes para una mujer en el siglo XIX. Tenía una personalidad audaz y muy independiente; desde muy joven quiso tomar las riendas de su educación y eligió sus lecturas según su propio criterio: Plutarco, Balzac, Goethe, Zola o Maupassant son algunos de los autores que la apasionan.
“Estoy demasiado sola, pienso y leo sin ningún guía. Estará bien, pero también puede estar mal. ¿Quién me garantiza que no estoy atiborrada de sofismas y llena de ideas erróneas? Después de mi muerte lo juzgarán.”
Viajó por toda Europa con su familia materna y, finalmente, se estableció en París en 1877 para estudiar pintura en la Academia Julian, uno de los pocos talleres que aceptaban mujeres en el siglo XIX y donde coincidió con otra destacada alumna que despertaría sus celos: Louise Catherine Breslau.
“Estoy celosa de Breslau; no dibuja como una mujer.”
Bashkirtseff y Breslau fueron rivales durante su formación en la academia. Ambas pintoras tenían talento, pero Breslau había empezado a pintar dos años antes que Bashkirtseff, lo que hacía que esta se sintiese un paso por detrás en sus trabajos. El origen aristocrático de la rusa también era una diferencia que la separaba del resto de sus compañeras, todas de origen más humilde. Nunca se sintió totalmente integrada en el taller, pero, lejos de desanimarla, sentirse distinta la animaba a continuar trabajando para conseguir el éxito sobre sus compañeras. A partir de su segundo año en el taller comenzó a exponer en el Salon de peinture et de sculture de París, que premiaba a los mejores artistas del momento y donde fue reconocida en varias ocasiones.
“Soy joven, sí, muy joven, lo sé, pero para lo que yo quiero, no… Desearía ser célebre a la edad que tengo, para no necesitar ninguna carta de recomendación. Lo he deseado mal y estúpidamente, puesto que no he hecho más que desearlo.”
Bashkirtseff aspiraba a ser una pintora reconocida, pero este deseo le creaba un gran conflicto interno. Sentía una gran ambición y sabía que podía llegar a ser una gran artista, pero le faltaba constancia. Su posición social, que implicaba participar en la vida parisina, y la tuberculosis, que empezó a manifestarse a los 16 años, le impedían entregarse completamente a su trabajo. Rodolphe Julian y Tony Robert-Fleury, sus maestro en el taller, la amonestaban y animaban por igual. Veían el potencial de Bashkirtseff y hablaban a menudo con ella sobre la discontinuidad en su trabajo y la enfermedad que la lastraba.
“Como casi todas las noches hay gente a comer, escucho y me digo: “He aquí personas que no hacen nada y que se pasan la vida diciendo bobadas y chismes. ¿Son más felices que yo? (…) Una cantidad de cosas se les escapan: nadas, sutilezas, reflejos que son para mí campo de observaciones y una fuente de placeres desconocida para el vulgo (…).”
Por otro lado, era una mujer muy consciente de las limitaciones que se le imponían de nacimiento, tanto sociales como personales. Ella deseaba ser tratada como un hombre, que se valorara su trabajo sin que se tuviera en cuenta que era una mujer, y por eso firmaba sus obras como “M. Bashkirtseff”. A veces se sentaba cerca de los cuadros que exponía y observaba la reacción de la gente que los admiraba, preguntándose si se imaginaban que la autora era una mujer.
“Le he escrito a Colignon que desearía ser hombre. Sé que podría llegar a ser alguien; ¿pero con faldas adónde queréis que vaya? El matrimonio es la única carrera de las mujeres; los hombres tienen treinta y seis probabilidades; la mujer solo una, el cero, como en la banca. ¿Cómo no queréis que me mire de muy cerca para elegir un esposo? Nunca he estado tan en contra de la condición de las mujeres. No soy tan loca como para reclamar la tonta igualdad, que es una utopía (además de ser de mal gusto), porque no puede haber igualdad entre dos seres tan diferentes como el hombre y la mujer. No pido nada, porque la mujer tiene ya todo lo que debe tener, pero protesto de ser mujer, porque de ella solo tengo la piel.”
Como artista y pensadora no se sentía mujer. Era independiente y poseía una mentalidad libre que, entre otras aventuras, la llevó a recorrer España. En sus viajes se lamentaba a menudo de los inconvenientes de ser mujer y de la libertad que disfrutaban los hombres.
“¡Ah!, qué compasión dan las mujeres; los hombres por lo menos son libres. La independencia absoluta es la vida ordinaria, la libertad de ir y venir, salir, comer en la taberna o en su casa, ir a pie al paseo o al café; esta libertad es la mitad del talento y las tres cuartas partes de la felicidad de todos los días. ¡Pero, diréis vosotros: “Si eres una mujer superior, concédete esa libertad”! Es imposible, pues la mujer que se emancipa de esta manera, la mujer joven y bonita, se entiende, la ponen casi en el índex; se convierte en una extravagante, en el punto de mira; es criticada, dicen que está chiflada y, en consecuencia, resulta menos libre que no contrariando las costumbres idiotas.”
Respecto a encontrar marido, a pesar de tener varios pretendientes y haberse encaprichado de algunos, nunca se tomó en serio la posibilidad de contraer matrimonio. En la edición española del diario podemos encontrar varias referencias a estos hombres, pero los textos son tan escasos que apenas tienen continuidad entre unos y otros. Sí queda patente de que su interés por los hombres es temporal, se encapricha de algunos, pero con el paso de los años no ve que pueda encontrar una persona a su altura.
“No, nunca he estado enamorada y ya no me enamoraré; es necesario que un hombre sea muy superior ahora para gustarme; ¡soy tan exigente! (…) Y estar simplemente enamorada de un encantador muchacho cualquiera, no, eso no podrá ser nunca más.”
“La idea de un cuadro o de una estatua me tiene despierta noches enteras; nunca me ha pasado lo mismo pensando en un hombre.”
En cambio, casi desde el principio del diario hay referencias al desarrollo de su enfermedad. Los médicos tratan a Bashkirtseff de incorregible, porque no quiere seguir los tratamientos ni quedarse en casa. Parece que, de alguna manera, ella sabía que su muerte iba a suceder irremediablemente, y daba por imposible su curación. Pintaba en la calle durante horas, realiza largos viajes en invierno… Su falta de cuidados empeora los síntomas de la tuberculosis y le provoca una sordera que la aísla de su entorno. Siente mucha vergüenza cuando no puede distinguir las conversaciones a su alrededor, y se recluye en sí misma. A partir de ese momento, su entrega a la pintura es total.
“Hace frío y me he resfriado, pero perdono todo con tal de dibujar. Y dibujar… ¿por qué? ¡Por… todo lo que lloro desde el principio del mundo! ¡Por todo lo que me ha faltado y me falta! ¡Para poder llegar por mi talento, para… para todo lo que queráis, pero llegar! ¿Si tuviera todo eso, puede ser que no hiciese nada?”
A pesar de ser elogiada en varias ediciones del Salon de Paris, continuamente pone en duda su talento. Se compara con Breslau y el resto de compañeras del taller: a días parece segura de sí misma y confiada; otros cae en el pesimismo y se ve incapaz de progresar. En otras ocasiones, la invade la indiferencia hacia los demás y solo piensa en morir, sobre todo cuando la tuberculosis está muy avanzada y es consciente de que ya no puede pintar más.
“Creía que Dios me había dejado la pintura y encerrado en ella como en un supremo refugio. Y he aquí que ahora es lo que me falta, y solo me estropeo los ojos a fuerza de lágrimas.”
En las últimas semanas de su vida, Bashkirtseff ya no salía de casa y apenas podía levantarse de la cama. Su madre y su prima, Dina, la cuidaban día y noche. Uno de los consuelos eran las visitas del pintor Jules Bastien-Lepage, también enfermo terminal, que acudía a casa de la artista apenas sostenido por su hermano. Unos meses antes, era ella la que había visitado el lecho de su amigo cuando este estaba demasiado enfermo para salir.
Marie Bashkirtseff falleció de tuberculosis el 31 de octubre de 1884. Tenía 26 años. Jules Bastien-Lepage murió un mes después, a los 36 años.
El legado artístico de la pintora comprende casi doscientas obras entre cuadros, dibujos y esculturas. Más de cien se perdieron durante la Segunda Guerra Mundial, pero todos los cuadernillos que componen su diario permanecen íntegros en la Biblioteca Nacional de Francia.
“Morir es una palabra que decimos y que escribimos fácilmente; ¿pero pensar, creer que nos vamos a morir pronto? ¿Acaso yo lo creo? No, pero lo temo.”
¿Por qué la recomendamos?
Es posible que parte de su reconocimiento como pintora venga derivado del éxito que tuvo la publicación de su diario a los pocos años de su muerte, pero esto sirve para poner en valor un trabajo que de otra forma podría haber quedado oculto, el suyo y el de sus compañeras de taller. Y siempre nos preguntaremos ¿hasta dónde podría haber llegado de haber tenido una vida más larga?
Si quieres saber más sobre Marie Bashkirtseff…
Puedes consultar esta página web en castellano, donde hay mucha más información sobre su vida y traducciones de partes de su diario que todavía no se han editado en nuestro país.