Si hubiesen existido las redes sociales en el siglo XIX, la indómita condesa Olga Janina habría sido trending topic indiscutible. La aparición de sus memorias, Los recuerdos de una cosaca, en 1874 supuso un gran escándalo y afectó profundamente al círculo cercano de Liszt. La obra se editó durante años, todo un éxito que la convirtió en una mujer muy popular en París, aunque probablemente esa fama tuvo un efecto negativo en su carrera como pianista.
Muy consciente de lo que hacía, Olga Janina decidió publicar sus memorias bajo el pseudónimo de Robert Franz, el nombre de uno de los mejores amigos del compositor húngaro. Aunque ocultó (sin esforzarse mucho) los nombres más relevantes de su relato, incluyendo el de su amante, había pistas suficientes para que todo el que lo leyera pudiese reconocer fácilmente a los protagonistas de la historia.
Pero este libro cuenta algo más que una relación frustrada y el odio de una mujer abandonada. También describe el carácter salvaje de una cosaca que vestía con pantalones, fumaba, llevaba el pelo corto y odiaba vestirse con ropa femenina. Era extravagante, pero luchó por ser ella misma y tener el derecho de dirigir su propia vida. Su estilo era excesivo y romántico, y fue esa pasión lo que llamó la atención de Liszt cuando ella le pidió que la admitiera como alumna.
“Era yo una niña violenta, salvaje, difícil de convencer, y aún más difícil de someter. El viento de la estepa había mecido mis primeros sueños y susurrado canciones deslumbradoras en mis oídos de niña. Cantos y suspiros que tenían un extraño estribillo, el amor y la libertad cosacos, a los que no igualan ningún otro amor y libertad.”
¿Cómo fue su infancia? En los primeros capítulos relata sus orígenes y la muerte de su madre. La estepa ucraniana forja el carácter de una niña que odia a su madrastra y se siente abandonada por su padre, al que adora. Su refugio es la lectura; su consuelo y aspiración, la música.
“Devoraba yo los libros de una manera absurda. Leía sin orden ni medida, con frenesí.”
“No me abandonaba el amor a la música ni la idea fija de llegar a ser una artista. Y, mientras esperaba, dejé de tocar el piano por completo. No tenía el talento suficiente para crearme un método; los principios de mecanismo que había estudiado eran casi nulos y, a excepción de Bach y Beethoven, ignoraba hasta el nombre de los grandes compositores.”
Durante la primera parte de su adolescencia la frustración de no poder recibir una educación musical, por prohibición de su madrastra, la hace renunciar por completo a tocar el piano y a escuchar música. Una decisión extrema que ya da indicios del carácter de esta mujer. Es a los quince años cuando toma la determinación de casarse para conseguir la libertad.
“Expliqué a mi futuro marido que nuestro matrimonio sería una especie de negocio. Yo le daría mi origen aristocrático, mi juventud, la pureza de mi cuerpo y la mitad de mis millones a cambio de la libertad, completa, absoluta, para dedicarme al estudio de la música y al arte, según mi gusto.”
Esta idea revolucionaria no podía salir bien. Su marido y su madrastra la habían engañado para casarse, pero no tenían intención de dejar que se fuese a estudiar, sino todo lo contrario. Al día siguiente de su matrimonio, cuando descubrió la verdad, trató de deshacer el enlace en una terrible discusión con su madrastra. Finalmente, unos meses después dio a luz a una niña y, después de comprar al despechado marido, se hizo oficial su separación.
“¡Resignarme! ¡Resignarme a los quince años! ¿Y a qué? ¡A sufrir diariamente toda mi vida el contacto repugnante de mi marido; a renunciar a mi dignidad de mujer, a mis ensueños de artista; resignarme a la ignorancia, a la imbécil vida de los salones, los vestidos, la devoción y las intrigas; resignarme a parir hijos que, al igual que su padre, pasarían la vida en juergas, para terminar mancillando a una virgen; o hijas que, como su madre, serían espectadoras benévolas de su propia ignominia, hijas que bajarían la cabeza cobardemente bajo el peso de tanta vergüenza; resignarme a apuñalar, día tras día y hora tras hora, mis moribundas ilusiones; a arrojar de mi corazón la bondad y la sensibilidad, y a irme extinguiendo silenciosamente con todos mis mejores deseos insaciados!”
¿A quién no le daría vértigo contemplar a los quince años un futuro predefinido que no aguarda ningún tipo de esperanza? Casarse, tener hijos, esperar y observar. Pero en Olga Janina el deseo de algo más es demasiado fuerte para asumir ser enterrada en vida. La música la obsesiona de tal forma que cae enferma después de dar a luz y solo se recupera cuando empieza a tomar clases de piano de un discípulo de Chopin.
Un tiempo después, descubre la música de Liszt. No podemos olvidar que estamos a mediados del siglo XIX y que todavía no se ha inventado el fonógrafo ni ningún otro tipo de reproductor. La única manera de escuchar música era asistiendo a conciertos o teatros, por no hablar de descubrir nuevos estilos. Por eso no me sorprende que una adolescente quedara totalmente hechizada por las obras de Franz Liszt, uno de los compositores románticos más aclamados.
Olga Janina abandona su hogar y a su hija y acude a Roma en 1869 para pedirle a Liszt que la admita como alumna. Él es un hombre 35 años mayor que ella, y vive en un convento, dedicado a la vida eclesiástica y a sus alumnos. La exótica condesa llama su atención, va vestida de cosaca y es diferente al resto de sus alumnos, reconoce en ella talento para el piano.
“Era un hombre alto, de buen porte, de elegantes maneras, feo, con abundantes y hermosos cabellos casi blancos, peinados hacia atrás, ojos profundos, pensativos, de mirada a veces dura, y tenía una sonrisa que era un rayo de sol.”
Enseguida se enamora de él o, mejor dicho, se obsesiona. Ahí comienza el idilio y la decadencia. Durante dos años, se suceden los arrebatos y los excesos. Se mudó a un piso más cerca del compositor y lo decoró con el mayor lujo. Cuando él regresaba de un viaje, ella llenaba la habitación de flores. Le acompañaba en sus viajes si él se lo permitía o le visitaba aunque solo fuese unas horas. Liszt le era infiel y ella lo sabía. Los celos la llevaron a empezar a fumar opio.
“Me embrutecía amándole. Pasaba largas horas en un mudo éxtasis, rumiando estúpidamente las emociones de nuestras entrevistas. En momentos lúcidos me gritaba a mí misma que aquel amor exasperado acabaría con mi libertad y mi dignidad, que mi inteligencia naufragaría en aquel vértigo; pretendía romper el sortilegio que me condenaba a él, convencerme que era libre, traba de pensar en otras cosas; pero reaparecía él y volvía a caer en su poder.”
La aventura terminó cuando se acabó el dinero. La condesa cosaca había dilapidado su fortuna y la dote de su hija, no quedaba nada. ¿Qué podía hacer para poder permanecer junto a su amante? Lo intentó todo: fue con su hermano a los casinos de Baden y perdieron a la ruleta, intentó hacer una gira de conciertos en América y no consiguió dar ninguno… Mientras, Liszt la ignoraba deliberadamente. Desesperada, en un arrebato le escribió para decirle que volvía a Europa para matarle.
¿Lo hizo? No. Digna de un final de culebrón, fue a verle e intentó suicidarse con un veneno. Liszt consiguió que tomase un antídoto y la obligó a marcharse para siempre, bajo la amenaza de llamar a la policía. Finalmente, la condesa se dio por vencida. Se estableció en París y comenzó su venganza en forma de libro.
“Aquella terrible pasión había agotado cuanto tenía de bueno mi corazón, y toda la energía de mi alma.”
Pero ¿es cierto todo lo que cuenta? ¿Eran fieles a la realidad las memorias de Olga Janina? Parece ser que no. A pesar del éxito que tuvo la publicación del libro, la historia se fue olvidando y no son muchos los biógrafos de Liszt que profundizan en lo que realmente sucedió. Algunos dicen que es un retrato fiel y natural del compositor; otros, que solo la palabra “cosaca” es cierta y que el resto, desde las anécdotas de su infancia a su romance con el pianista, es fruto de su imaginación. ¿Quién sabe?
¿Por qué la recomendamos?
Es posible que muchos de los datos fuesen inventados y que la relación con Liszt fuese exagerada, pero aún así su relato tiene el valor de una mujer que quiso ser pianista a mitad del siglo XIX. Como les sucedió a muchas otras, el amor se interpuso en su camino y dejó a un lado su carrera, pero la música siempre fue el centro de su vida.
Si te ha gustado Los recuerdos de una cosaca…
… No te pierdas Diario de mi vida, de Marie Bashkirtseff, el relato de una pintora y escritora del siglo XIX que murió de tuberculosis a los 26 años.
Gracias!! Simplemente gracias. Amena y didáctica información. Felicitaciones.
Gracias a ti por leerlo y comentar 🙂